Mi madre, AUXILIA VALVERDE BRICEÑO. Decidió “huirse” con mi
padre cuando tan solo tenía 15 años de edad. Ya han pasado 79 años y desde
aquel día, ella trabajó arduamente para sacar adelante a sus hijos: Adelaida, Cástulo,
Pedro Pablo, Javier, Rómulo, Adriano, Confesor, Mirope, Elodia, Ciria y Nora.
Ella desde muy pequeña se encargó de su casa, sus hijos y asumió
tremenda responsabilidad de familia. Las labores?. Desde las cuatro de la mañana
se levantaba a preparar el desayuno de mi padre que salía muy temprano a labrar
la tierra, a cegar el trigo cuando había luna llena. Al amanecer cuando la luna
se iba, mi padre desayunaba. Luego mi madre
continuaba con los niños, hacerles desayunar, y seguir cocinando para llevar la
comida a la chacra donde mi padre estaba sembrando o cosechando. Todas esas
labores eran opacadas por el gran amor que existía y existe entre ambos:
Vicente y Auxilia. La familia muy feliz que en vacaciones almorzaba en el campo
tipo picnic, todos ayudábamos a llevar las cosas, unos los platos, otros los
vasos, otros ponían el mantel, otros el refresco, mi madre la comida y la niña
pequeña solo llevaba su muñeca de trapo. Esa muñeca me preparo mi hermana Lola
y le hacia su ropa muy elegante.
Recuerdo que en las cosechas nos gustaba cruzar por las
chacras de trigo para hacer letras y mi padre nos perseguía a castigarnos y en
un descuido ya estábamos junto a mi madre. Ese era el lugar cien por ciento
seguro para todas nosotras. Mi padre se daba por vencido cuando estábamos junto
a ella. Auxilia nunca nos pegó, ella nos conquistaba con amor, con palabras
dulces doblegaba a aquel del más fuerte carácter.
Mi madre nos llevaba a bañar y en cola esperábamos nuestro
turno. Mi padre durante sus viajes de harriero adquiría para nosotras los más
finos jabones perfumados, mi madre cuando nos peinaba le gustaba hacernos
trenzas porque todas lucíamos cabello largo. Usábamos botines y algunas veces zapatos de
charol. Mi madre contrataba siempre los servicios de una o dos señoras para que
le ayude a preparar nuestros alimentos que teníamos que llevar de regreso a la
ciudad para el colegio. Pero ella siempre
vigilante porque quería la perfección. Mi madre nos preparaba cecinas ( carne
seca de bovino), harina integral, pan de manteca, semitas, quesos, rosquitas,
biscochos, maíz para nuestra cancha, harina de arveja, harina de haba y las
mejores papas seleccionadas. Todo tenía que ser de las mejores cosechas. Cuando
se llegaba aquel día de ir al colegio, mi madre a las cinco de la mañana ya tenía
preparado nuestro fiambre (lonchera) que consistía en cuy frito, cachanguitas,
cancha, nuñas y choclo con queso. Eso si cada una llevaba su morral, costumbre
que ahora ha regresado, en el llevábamos agua mineral heladita de nuestra
fuente natural “el pozo”. Por otro lado mi padre ya tenía lista nuestra carga
que consistía en varios burros cada uno con los diferentes sacos con alimentos.
Mi madre se aseguraba muy temprano que todas nosotras tengamos el abrigo que necesitaríamos
durante la madrugada hasta llegar al pueblo de Santiago de Chuco. Todas teníamos
nuestras medias tejidas por ella con lana de oveja, nuestras chalinas, nuestros
ponchos, chompas y gorritos. Ya los días anteriores mi madre nos aconsejaba
sobre los peligros de la ciudad y mi padre dejaba a mis hermanas mayores la
responsabilidad de cuidarme. Así, todo listo nos trasladábamos a caballo hasta
el pueblo. Eran 12 horas de camino. Pero nosotras jugando y saltando sobre el
caballo para recoger flores no sentíamos
la distancia. En las pampas de Catirin bajábamos para tomar el fiambre.
Recuerdo que mi padre salía muy temprano hacia el campo donde
lo esperaba mi madre. El no interrumpía nuestro sueño para despedirse. Así, por
la mañana, todos levantábamos la almohada y allí encontrábamos las propinas.
Cada fin de mes cuando mi padre tenía que regresar a vernos, caminábamos
hasta la salida del pueblo a esperarlo. Nos sentábamos sobre una piedra muy
grande y desde allí se miraba al rio llamado Cabracay. Era un camino con muchas
curvas y tenía pendientes terribles. Varias veces no teníamos suerte porque no veíamos
a papá y cuando si, éramos las niñas más
felices que se haya visto.
Pero falta decir que mi hermano Confesor, el mayor de los
cinco hermanos era nuestro capitán. El muchas veces no iba al campo porque además
que no le gustaba, tenía siempre cosas pendientes en su colegio. Pero uffff ese
capitán sí que era de los buenos. Ya en el pueblo, nadie tenía que estar en la
calle más de las 6 p.m. y cuidado con estar con amigos en la puerta de
la casa. Recuerdo que una vez encontró a mis hermanas conversando con sus
amigos. Ellas habían olvidado el tiempo. Yo estaba jugando yaces y de pronto
veo a mis hermanas correr como se dice “como humo que lleva el diablo” y los
chicos huyeron despavoridos. Cuando volteo veo a mi hermano cerca a la casa y al
ingresar vi a mis hermanas que estaban dentro de su cama con zapatos y todo. Mi
hermano cogió la correa y ya el resto es de imaginar. Yo siempre salía bien, porque
era el bordón (baston), así decía mi padre.
Mi madre ha trabajado tanto junto
a mi padre. La organización familiar, el cuidado de los hijos, cuando nos enfermábamos,
cuando pedíamos aun cosas imposibles, allí estaba mi madre, mi madre que todo
lo podía. Ella siempre animaba a mi padre y le daba la fuerza que necesitaba.
Ellos solo decían que con amor todo es posible, que cuando hay amor todo se
logra.
Una madre es divina, una madre
cuando un hijo se enferma ella está prohibida de enfermarse, una madre hasta
por intuición sabe cuándo un hijo está sufriendo, cuando un hijo disfruta,
cuando un hijo llora. Una madre nunca falla, una verdadera madre es feliz
viendo a sus hijos felices. Una madre representa a la Virgen María aquí en la
tierra.
Hay miles de formas como
agradecer el amor de una madre. En estos tiempos no hay barrera alguna para no
hacerlo. A una madre nunca terminaremos de devolverle el amor que ella nos
tiene. En cualquier lugar ella hace de todo por ti a cambio de nada, es un amor
puro y sincero. Para ella todo hijo es perfecto.
Hoy aquí sentada frente a mi madre
me sentí motivada para escribir estas líneas, líneas que me hacen sentir
orgullosa de ella. Gracias Dios por darme la dicha de tenerla hoy conmigo enseñándome
a ser mejor madre cada día. Nunca podre ni siquiera igualarla como madre, ella
sigue desempeñando su función de madre porque a pesar del tiempo su amor nunca
disminuyo. Ahora ella es la más dulce abuelita que mis hijos disfrutan de su compañía.
Ella sabe hablar a sus hijos y nietos, ella es una sabia perfecta.
Mi madre, mi compañera, mi amiga,
mi consejera, la que siempre camina adelante para seguir aprendiendo de ella.
¡ Feliz día mamita linda!
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